Época: Distensión
Inicio: Año 1945
Fin: Año 2000

Antecedente:
Extremo Oriente: entre la crisis y el crecimiento



Comentario

Contrariamente al período anterior de la Revolución china, el que se desarrolló durante los sesenta todavía apasiona al mundo. La llamada "gran revolución cultural proletaria" fue uno de los acontecimientos más extraordinarios del siglo XX. La imagen de los jóvenes guardias rojos enarbolando el libro de las citas de Mao en Tiananmen en pleno histerismo mientras que veteranos dirigentes debían caminar con carteles que narraban sus pecados difícilmente puede ser olvidada. Pero, en realidad, la revolución fue una tragedia tanto para quienes la desencadenaron como para aquellos que la sufrieron. Hoy, desde hace tiempo ya, los dirigentes chinos la describen como una calamidad, aunque no tan grave como el "Gran Salto Adelante". Todavía conocemos el período muy mal en lo que respecta a lo que puede haber sido decisivo: las relaciones entre los diversos dirigentes y cómo acabaron provocando el colapso del Estado. Pero no cabe la menor duda de que este factor resulta esencial para interpretar lo sucedido. En efecto, la "revolución cultural" fue obra de Mao y su error monumental en sus últimos años de vida. Lo que resultó más peculiar de esta crisis fue precisamente que fuera inducida por el líder del régimen. Esta Segunda Revolución china, a diferencia de la primera, no tenía un pensamiento que la rigiera y no creó un nuevo orden sino tan sólo caos y desorden. En 1966 el conjunto de las instituciones de China estaban colapsadas y aparecía en lontananza la posibilidad de una guerra civil.
El hecho es que un Partido Comunista que había experimentado una grave crisis en lo que respecta al "Gran Salto Adelante" se obligó a sí mismo a una purga que destruyó a su dirección y que le puso al borde del caos. Sólo se explica que sucediera algo así por el hecho de la existencia a la vez de una dirección cada vez más dividida y dubitativa y, al mismo tiempo, de un régimen cada vez más esclerotizado y estabilizado. Mao, al final del "Gran Salto Adelante", criticó muchas de las medidas adoptadas por la dirección del PCC a pesar de que voluntariamente se había retirado del primer plano de la vida política; en realidad, se sentía preterido por ella y ansiaba un retorno. Sus críticas a la situación se referían a la vuelta de la agricultura privada, los sistemas educativos, la Medicina y la reaparición de temas tradicionales en la cultura. El juicio de Mao era que el peligro en que se encontraba China no era una amenaza de ataque desde fuera sino, por el contrario, el triunfo del revisionismo interno. Da la sensación de que tenía la seguridad de que la situación económica se había restablecido ya por completo después del desastre del "Gran Salto Adelante" y que, por lo tanto, podía intentar multiplicar la carga revolucionaria del régimen. Al mismo tiempo, parece haber sentido temor a una corrupción de la clase dirigente o, al menos, eso fue lo que aseguró. Pero si preveía una deriva revisionista del marxismo lo cierto es que ésta distaba muy lejos de poderse producir por la simple carencia de desarrollo que permitiera un mínimo de confort o de "aburguesamiento". La relación personal con los otros dirigentes con quienes rivalizó, sin duda jugó también un papel decisivo en lo que aconteció.

A pesar de su papel determinante en el Estado chino, Mao no hubiera conseguido conmoverlo sin contar con colaboraciones. Los aliados de los que se sirvió fueron tres. El Ejército había conseguido éxitos (en 1964 la bomba atómica) y para Mao era un ejemplo de la combinación entre la capacidad técnica y la voluntad revolucionaria. En segundo lugar, hubo un grupo de intelectuales radicales que sirvieron como movilizadores; estaban dirigidos por Jiang Qing, su propia mujer. En tercer lugar existió una masa de estudiantes y de jóvenes convencidos del carácter declinante de las posibilidades de movilidad social creadas por el sistema, insatisfechos y propicios, por tanto, a la acción.

La revolución cultural se inició con un movimiento de educación socialista que pretendía combatir al mismo tiempo las tendencias "oportunistas" en la dirección y las tendencias "capitalistas" espontáneas de la población. Sin embargo, hasta la primavera de 1964 no dio la sensación de que el resultado de este proceso tuviera que ser una serie de purgas masivas. Mao, en cambio, en esta fecha, promovió una "verdadera guerra de exterminio". Los "equipos de trabajo" destinados a llevarla a cabo depuraron a un 4% de los cuadros pero hay lugares en los que la depuración llegó a nada menos que al 40%. Lo curioso es que, de hecho, la jerarquía del partido seguía siendo la misma que en 1945: Mao, Chu En Lai y Liu Shaoqi ocupaban los puestos principales.

El lanzamiento de la revolución cultural parece haber estado motivado por las discrepancias en el seno de ese equipo dirigente del PCC. En un principio, Mao dio la sensación de retirarse cuando sus denuncias del revisionismo encontraron dificultades por parte, entre otros, de Deng Xiaoping. Pero luego volvió a la ofensiva apoyado por el Ejército dirigido por Lin Biao, que en 1965 al suprimir los grados militares hizo desaparecer el poder de quienes estuvieron a su frente, el aparato de Seguridad controlado por Kang Sheng y el núcleo intelectual de Jiang Qing, su mujer, y Chen Boda.

Los primeros enfrentamientos políticos se produjeron como consecuencia de denuncias contra determinados dirigentes. Luo Ruiquing perdió su puesto en la jefatura del Estado Mayor por su negativa a que el Ejército se mezclara en política, posición que representaba Lin Biao. Un autor, Hai Rui, vio su obra censurada y Peng Zhen, el jefe del partido en Pekín, fue cesado por protegerle. Mao había pensado que la crítica contenida en la citada obra iba dirigida a él mismo. En mayo de 1966 empezaron a surgir los "dazibaos" o periódicos murales en la universidad de Pekín denunciando el oportunismo. A mediados de julio Mao, que había desaparecido del primer plano de la actualidad, pasó de nuevo a él. Lo hizo de forma espectacular: fue fotografiado nadando y según la prensa oficial lo habría hecho cuatro veces más aprisa que el record del mundo. En realidad con ello no se intentaba otra cosa que probar su buena salud.

A fines de año la victoria de Mao era ya total y en el año siguiente lanzó a la juventud al asalto de todos los poderes políticos. De ella, sin embargo, Mao no había esperado ni tanto fervor ni tanto desorden. Había proclamado, por ejemplo, que no debía existir "ninguna construcción sin destrucción" pero muy pronto las casas de los intelectuales considerados como "oportunistas" fueron asaltadas y ellos mismos sometidos a vejaciones. El elemento más sorprendente de esta revolución fue, a continuación, los trece millones de "guardias rojos", jóvenes revolucionarios vestidos de forma idéntica y enarbolando el libro rojo de citas de Mao editado por el Ejército que, trasladados por tren, se dedicaron a difundir la revolución cultural. Se explica su disponibilidad por la excitación de ser impulsados por el dirigente supremo del Estado, pero también por la suspensión de las clases y por la carencia de horizontes profesionales. Teóricamente se dedicaban a intercambiar experiencias revolucionarias, pero en realidad se lanzaron a todo tipo de acciones insensatas o salvajes y de desmanes, incluso pretender que el rojo en las señales de tráfico significara adelante y no la obligación de parar.

Mientras que fuera una purga apoyada desde arriba y sostenida por la agitación de masas, la "revolución cultural" era controlable. Pero en el verano de 1967 China estaba al borde de la guerra civil y el propio Mao empezó a no decantarse siempre por las soluciones más maximalistas. Lo que produjo el movimiento frenético de los guardias rojos fue un auténtico colapso de la autoridad gubernamental. La movilización se llegó a hacer en sentidos contrapuestos y el resultado fue la polarización que pudo degenerar en violencia en varias de las ciudades más importantes del país.

En adelante, a partir del verano de 1967, Mao trató de seguir un propósito constructivo y no destructivo: lo hizo a través de la formación de comités revolucionarios locales. En octubre Mao ya estaba propagando la tesis de que la mayor parte de los cuadros del partido eran buenos y que los malos podían ser reeducados sin necesidad de acudir a procedimientos más duros y brutales. Incluso añadió, en contraposición con sus anteriores planteamientos, que no había contradicciones fundamentales en el seno de la clase obrera. Lo único positivo que puede decirse de Mao es que trató de controlar la revolución en su peor momento a pesar de haber sido él mismo quien la había lanzado.

En realidad, la "revolución cultural" no se evaporó de forma definitiva hasta la muerte de Mao, pero antes de que tuviera lugar tuvo que pasar por dos etapas previas de progresivo apaciguamiento de los entusiasmos revolucionarios. Entre 1967 y 1971 se pretendió una estabilización política a partir de la reconstrucción del poder gracias al Ejército, a quien se quiso considerar como el "pilar fundamental de la dictadura del proletariado en China". En esa fecha el conjunto del país fue colocado bajo la tutela de las Fuerzas Armadas mientras que Chu En Lai contribuyó también, con su capacidad de negociación, a consolidar el poder político. La autoridad militar contribuyó de forma poderosa a la reconstrucción del PCC aunque también jugó un papel importante parte del liderazgo regional. En el IX Congreso del PCC -abril de 1969- Lin Biao dio explicaciones de la evolución de la "revolución cultural" que no se consideraba por el momento como un proceso cerrado. La misión del PCC, según su interpretación, no sería el desarrollo económico sino "mantener el impulso de las masas". Al mismo tiempo, la ley suprema del partido era mantener la fidelidad al pensamiento de Mao. Los estatutos aprobados concedían un papel fundamental a Lin Biao que, como "el más próximo de los compañeros de armas" de Mao, debía heredar su poder. Al mismo tiempo, el 44% del Comité central del PCC quedaba formado por personas de procedencia militar pero en el Politburó se llegó al 55% del total.

En estas circunstancias bien se puede decir que los años entre 1968 y 1970 fueron de predominio casi absoluto de Lin Biao. La movilización revolucionaria había sido política y no económica como durante el "Gran Salto Adelante". Ahora se imponía una rectificación con la consiguiente dedicación especial al incremento de la producción. En el campo industrial había descendido un 15% en 1967 y un 6% en 1968; en agricultura, en cambio, los efectos parecen haber sido menos graves. A fines de 1970 unos cinco millones y medio de guardias rojos fueron trasladados al campo con el propósito de dedicarse a tareas agrícolas. Parecía haber concluido ya la etapa de exaltación revolucionaria.

Pero, en realidad, no se había conseguido la estabilidad política. Da la sensación de que el mero hecho de aparecer como sucesor Lin Biao provocó una nueva lucha en la dirección del partido. Lin Biao acabó enfrentándose con los sectores más radicales del partido y al mismo tiempo dio la sensación de querer acelerar la sucesión, lo que poco podía satisfacer a Mao. Pero desde agosto-septiembre de 1970 había sido ya derrotado y resulta muy probable que haya recurrido a la conspiración en contra del líder. En 1971, con la eliminación de Lin Biao, el partido concluyó por reafirmar su autoridad sobre el Ejército.

La revolución cultural parecía haberse difuminado pero dejaba una herida sangrante. Al menos un ministro fue golpeado hasta morir y Liu Shaoqi y Deng Xiaoping, considerados como exponentes de política poco revolucionaria, fueron duramente atacados. El primero fue expulsado del partido y sólo Mao evitó que le pasara lo mismo al segundo; Liu Shaoqi fue apaleado y murió en prisión. Desde el punto de vista económico, como sabemos, China no sufrió mucho, pero el impacto fue mayor en los medios intelectuales, universitarios y culturales. En cuanto al partido, el 70-80% de las autoridades locales y provinciales fueron depuradas y el 60-70% de las centrales. De los 23 miembros del Politburó sólo quedaron 9 y 54 de los 167 miembros del Comité Central. Tres millones de personas fueron obligadas a cursos de reeducación y quizá medio millón murieron. Una hija adoptiva de Chu En Lai fue torturada y también sufrieron los hijos de Deng. La herencia de la revolución cultural fue el recuerdo de que una exasperada lucha de facciones podía concluir con el Estado pero también la falta de confianza de la juventud hacia los dirigentes y su actitud cínica. A largo plazo, en definitiva, la revolución cultural sirvió para inmunizar contra cualquier posible repetición de algo semejante y para evitar que algo parecido se repitiera.

Mientras tanto, también la política internacional del régimen se decantó hacia la conflictividad. Después de la ruptura de 1963 la querella entre la China comunista y la URSS se centró en tres cuestiones: el carácter socialista o no de las sociedades respectivas, la posesión del armamento nuclear y el problema de las fronteras que acabó dando al conflicto el carácter de una cuestión territorial, típica de un conflicto entre Estados.

En realidad, los soviéticos decidieron en nombre de los chinos en relación con el tratado sobre ensayos nucleares en 1963. La tesis china había sido siempre que el arma nuclear tenía que ser prohibida, de modo que el acuerdo al que se llegó en esta fecha entre las dos superpotencias lo consideraron una traición por más que luego ellos mismos consiguieron luego el arma nuclear. Por otro lado, sin utilizar el término "nomenklatrura" los chinos argumentaron que en la URSS se había creado una nueva clase dirigente con resultados detestables. A todo esto, sin embargo, las conversaciones con vistas a llegar a un acuerdo entre China y la URSS se mantuvieron. Los soviéticos revelaron luego que Mao había dado sensación de indiferencia ante la eventualidad de que una guerra atómica causara 700 millones de muertos.

Para solventar las diferencias, los soviéticos trataron en 1964 de llevar a cabo una Conferencia de Partidos Comunistas en la que resultaran condenados los chinos pero no lo consiguieron. La estrategia de los chinos fue intentar dilatarla cuatro o cinco años pero finalmente tuvo lugar en marzo de 1965 sin que a ella acudieran los partidos de China, Rumania, Corea, Vietnam, Japón e Indonesia, es decir, aquellos que eran relativamente autónomos o estaban en la órbita china (Corea y Vietnam luego se decantaron por los soviéticos). En adelante, las fuentes oficiales chinas afirmaron con insistencia que el maoísmo era el marxismo-leninismo para el tiempo actual. En junio de 1965 esas mismas fuentes constataron que el cambio en la dirección soviética tras la caída de Kruschev no había supuesto un cambio efectivo. En la reunión de partidos comunistas que tuvo lugar en 1969 una buena parte de los Partidos Comunistas de Asia y África se negaron a criticar a China.

Ésta había mantenido en sus relaciones internacionales una política de vinculación con una supuesta zona intermedia entre el capitalismo y el revisionismo soviético. En el Tercer Mundo había conseguido acercarse a algunos países africanos como Mali, Guinea o Ghana. Intervino también cada vez más decididamente en Vietnam donde llegó a tener unos 30.000 ó 50.000 hombres aunque procurando no hacerse demasiado visibles ante el adversario. Al mismo tiempo, consideró también como una segunda "zona intermedia" a los países europeos que, como Francia, le dieron la sensación de querer independizarse de la tutela de los norteamericanos.

Pero a partir de 1966 China entró en una nueva época cuando la política exterior empezó a ser controlada por los guardias rojos o quienes les inspiraban. Con eso se produjo un desbordamiento revolucionario y en gran medida se arruinó todo lo que China había conseguido de cara al exterior en la etapa precedente. Desde 1956 había gastado mil millones de dólares en ayuda exterior, había recibido unos 10. 000 estudiantes extranjeros y había sido reconocida por 48 países, la mayoría del Tercer Mundo. En 1967, en cambio, fueron expulsados un millar de estudiantes extranjeros de China y a partir de abril se produjo toda una serie de episodios conflictivos: incendio de un edificio de la Embajada británica y sitio de la de Kenia. Ya antes, a fines de 1965 y comienzos de 1966, había tenido lugar la ruptura de los chinos con Indonesia donde comunistas indonesios y chinos habían sido masacrados. China rompió también con Mongolia y con Birmania y las relaciones también se convirtieron súbitamente en malas. Aunque algunos países africanos hicieron una gran alabanza de la revolución cultural, gran parte de lo hasta ahora conseguido se había visto malbaratado después de ella.

El conflicto con los soviéticos se refirió también a los envíos de material a Vietnam a partir de 1965. En 1966 la URSS afirmó que China causaba dificultades por esta razón. En 1966, durante la "revolución cultural proletaria", los locales diplomáticos soviéticos fueron frecuentemente rodeados por guardias rojos. En febrero de 1967 el personal soviético consiguió salir de sus edificios tan sólo gracias a la ayuda de los enviados de otros países. China afirmó que los soviéticos no tenían garantizada su seguridad fuera de los edificios de la Embajada. La invasión soviética de Checoslovaquia en 1968 les valió por parte de los chinos la acusación de "socialimperialistas".

En esta segunda etapa de la confrontación muy pronto se llegó a un choque entre Estados. Los primeros conflictos de este tipo estallaron en 1962 en Sinkiang y en junio de 1963 la URSS expulsó a tres diplomáticos chinos. Luego en 1964 Mao acusó a los soviéticos de haberse apoderado de todo lo que podían en las fronteras chinas. En marzo de 1969 hubo ya enfrentamientos militares en el río Ussuri que pudieron haber causado un millar de bajas. En junio se repitieron en el Amur y en Sinkiang. Lin Biao parece haber sido responsable de los enfrentamientos con los rusos de modo que su significación en política interior y exterior fue paralela.